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  “El desprecio dolorido y el poema ilimitado” Como si el tiempo fuera otra derivación del arte, no en contraposición. A Berta le hubiera gustado decírselo aquel día en que lo miró, o tal vez no porque la frase hubiera sonado desde luego afectada como artificiosa, impostada, cuán forzada, reconsideró ella.     En aguardo de grey de firma ceremoniosa pero animada de libros, con varios de sus libros en las manos lectoras, ella, y cuyo nombre por mera coincidencia, literaria como la debía ser, llevó al personaje del texto, lo contempló con el cigarrillo compasado a momentos y también por eso le hubiera querido mencionar que el mejor tabaco de todo el mundo, sin duda, provenía del oriente de Cuba, de la isla del balcón dantesco entre Luisa y Miriam de “Corazón tan blanco”; y que en “A Midsummer Night’s Dream” pareció Shakespeare en voz feérica al verano poner con olor a tabaco, “una corona odorante de dulces capullos”. Y que el personaje de Calibán de “La tempestad” tenía como etim
 "A Leonardo, encabritado como musa de castalia y pata de jilguero"     El hirviente calor estival de Sevilla, si no el de África como émulo, mientras que de orilla contrapuesta, un canto sombreado y mirífico de la Giralda y verso que evocó, si el estío por tal en la férvida ventana coruscante, del lírico andalusí Al-Tutili como en estuco y sobre pavo real de África (del Congo) que llegó a guisa de regalo áulico a Sevilla un verano en peana damasquinada. Se alejó de la ventana que revelaba a lo lejos la Giralda ambarina y al ventilador pendido apresuró. José recibió la llamada del amigo ebanista con quien en el taller colaboraba. Consistía el trabajo en artesonado, estructura para techo de 35m2 en que José debía tallar relieves en orlas, figuras de caballos en la madera. La fecha de entrega, el fin del verano. El pago, uno más que bueno para autónomo y el “Riders Jockey Club”, el comprador tras presupuestos rumbosos.     La mañana sofocante cuando el ebanista, “el astillero”,
  “Pedro y el lobo de peridoto y ámbar en arcazón, gárrulo”   Que reste herencia fuera balance de sobrantes. Lo aseveró sentencioso el padre longevo y los tomó a ellos, sus cinco hijos y doce nietos, a un viaje dispendioso y por lo tanto, trasatlántico como debía ser para que fuese pródigo. Lo importante como en todo viaje sería el regreso, habló el octogenario; les enfatizó a todos ir con él, planeó el periplo por años ideal, minuciosamente. El primogénito y más parco, Pedro, sabía que se sufragó a expensas de la herencia que no habría de recibir ninguno de ellos. De heredad vendida y saldos hasta entonces inamovibles y títulos de mermas o réditos de los que no quiso reparar más de la cuenta, más que en la cuenta. De ahí la dilapidación provino, según Pedro disconforme y resquemores dinerarios callando, los más larvados. Él casi no visitaba a su padre. Sin embargo, Pedro entendió el viaje a guisa de despedida. Sí, si aquél, uno impagablemente deparado. Como no todo fuera verda
  “No la mar sino el beso aguarda al viajero” Le habló sonriendo que donde terminara la tierra, empezase la noche y con aquélla, el sueño. Señaló el poniente. Pero para ella el dedo extendido y rugoso de Yago indicó más la marea cadenciosa que el véspero bermejo. Toda la distancia liberada en el valle lindante, la montaña, el bosque especioso, la llanura cultivada, el río edénico y la mar, sin estropeos de edificaciones baladíes y monetarias de por medio. - Indeed, scallops shells not being thought aside -expresó Yago, entonces ella pidió que lo dijera en gallego, que habría de sonar sensual en gallego porque aquél fuera país así, sensual. Él se refería a las vieiras, las veneras que revestían las costas. Las consideró prueba del mar galaico. Ella, interesada sobre la índole jacobea de las vieiras, agregó que siendo el plato típico de su estado natal en Nueva Inglaterra, las tomaba como ingrediente nutricio, y además el ajo, la col y el vermú blanco con ellas. Sirvieron las vene
                                            “Pan para los demás” Los recuerdos, como las propias tardes a destiempo de entonces, más se apuraban a principio de año. Los años hacia los años fueran otras tardes pasando. El comienzo hablaba de la partida, sin embargo. Las fechas, se le dijo una y otra vez y al no saber cuándo. Desde lejos, el recuerdo aún olía. Después de la distancia y evocarse el perfume del té que caía preciosamente oscuro, contrastando con las albicantes cerámicas que bordearon manteles anticipados de días dichosos. Siendo niña, el pan sabía a vivir. Ella no lo probaba desde hacía meses atroces. El primer día del sitio, las alarmas ensordecedoras, las radios ominosas, los aviones horrísonos, los mayores miedos, los silencios mortuorios, las inconcebibles Waffen-SS . El té negro oliendo a la memoria porque sí, porque ir y partir mientras que su madre hablaba que todos los Daniltsev murieron de inanición en el pequeño apartamento de arriba, siendo la última en mor
                                                                “Aplicación ferroviaria para lector melancólico”             Había de arte la divergencia contemplada entre cada una de las veintisiete letras en español, que ilimitadas a toda parte discurrían, que todo lugar contenían, cada vez y a cualquier parte por pasar y si no, ninguna vez.             Ni entusiasta ni efectiva, el rezago etario que se predecía la orilló al desuso de la tecnología ambigua. Un papel y un lapicero no adolecían de fallos sistémicos, expresó como justificación. Mas la aplicación oficial del transporte de vía férrea, supo, permitía comprar, gestionar y cancelar billetes, administrar abonos de viajes frecuentes, guardar billetes virtualmente sin el soporte impreso y consultar todas las rutas, tarifas, noticias y localización instantánea de vehículos. El auxiliar de a bordo intentó explicarle cómo la aplicación informática optimó la prestación del tren. El teléfono de ella, más caro y más de vanguardi